No hay relación sin peleas.
¿Qué hay detrás de las disputas? / foto depositphotos.com
Las peleas forman parte de cquier relación, incluso de las sanas. A veces basta la más mínima crítica o una pequeña provocación para que una nimiedad doméstica se convierta instantáneamente en una tormenta de acusaciones, ira y defensa mut
Como explica Greg Levoy, autor de Vocation: Finding and Pursuing Real Life, en una columna para Psychology Today, durante estos enfrentamientos explotamos como si defendiéramos nuestro honor, pero en realidad sólo defendemos nuestra propia vulnerabilidad.
Según el autor, a menudo estamos «en guerra» no por fuerza, sino por debilidad. Como escribió el escritor estadounidense Andrew Bard Schmukler, es nuestro sentimiento de vulnerabilidad el que nos empuja a demostrar poder y control. Esto se aplica tanto a las relaciones románticas como a las relaciones entre Estados.
Cdo se nos critica o cuestiona, reaccionamos instintivamente y el cuerpo se pone en modo «golpear o huir». Tememos parecer imperfectos, así que respondemos con agresividad. Según Levoy, en esos momentos estamos «en guerra» no con la persona que tenemos delante, sino con el dolor del pasado:
«Es un fantasma. Es el recuerdo de alguna traición de tu pasado, alguna herida que arrastras desde la infancia y un profundo sentimiento de injusticia que aún sientes por unas circunstancias sobre las que no tenías ningún control.»
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El autor cree que estallamos contra la persona que simplemente nos recuerda al verdadero culpable y su vulnerabilidad oculta, en lugar de abordar la fuente del problema, que está en nuestro interior. Además, la adrenalina del conflicto puede hacernos sentir vivos, en control e incluso agradables. La psicóloga Carolyn Elliot lo denomina «fetiche existencial»: un placer oculto en escenarios dolorosos y repetitivos.
Nuestra ansia de poder y control no surge de un deseo consciente de dominar, sino de un antiguo miedo a estar indefensos. Los humanos fuimos una vez presa de seres más fuertes, y el recuerdo de esa vulnerabilidad primigenia aún vive en nosotros. Demostramos fuerza y argumentamos, pero el miedo a la impotencia ante la naturaleza, el tiempo y lo desconocido actúa en nuestro interior. La salida empieza por darnos cuenta de qué es lo que nos asusta y qué es lo que realmente estamos protegiendo en el momento de la disputa:
«Las dinámicas que operan a nivel micro de las relaciones humanas también operan a nivel macro. Tanto en el ámbito personal como en el político, las amenazas a nuestras creencias, honor o identidad han sido el impulso de muchas batallas. Y en ambas esferas, es una verdad psicológica que detrás de la intimidación, el narcisismo y la arrogancia hay un sentimiento de inferioridad que nos lleva a compensar o sobrecompensar mediante demostraciones de poder y agresión, y que nos impulsa a seguir luchando», dice el artículo.
Pero incluso en la lucha más aguda, existe un deseo de curación. No repetimos los conflictos sólo por terquedad: inconscientemente intentamos curar una vieja herida, escribe Levoy:
«De hecho, si pudiéramos observar el comportamiento agresivo del otro y preguntarnos: «¿De qué tiene miedo esta persona, qué intenta proteger, qué intenta curar?», eso marcaría la diferencia».
Anteriormente, el psicólogo estadounidense Mark Travers nombró dos cosas que puedes ocultar a tu pareja sin peligro.

